Sé que existes, porque una vez te escribí, y de mis dedos nacieron letras que hablaban de sentimientos. Si no fuera por eso, hoy sólo serías niebla lejana que se fue a otra parte.
Sé que existes, porque cuando me despisto tu sonrisa brota en mi memoria, sin que nadie la haya reclamado. Y ya que apareces, te invito a quedarte. Y recuerdo entonces mi mirada al ver el brillo de la tuya.
Sé que existes por la paz que trajiste al interior de mi fortaleza de gelatina... o porque al pensar en ti siento como mis entrañas transforman su textura y se vuelven algodón de azúcar. Sé que existes porque al enseñarme, dejaste en mí tus rincones, en los que yo creí que no había nada y ahora brotan lunas llenas en mis ratos muertos.
Vacié la arena de mis bolsillos y llené mi playa de soledad con la frescura de tus olas. Porque yo ya no espero. Porque tú me has hecho dudar de todo y de nada. Porque ahora sé que no es importante si eres tú. Porque lo importante está más allá de la superficie de mi piel. Aunque no niego que cuando regresas a mi memoria he pensado más de una vez que algún día, le voy a cobrar a tus labios, tus miradas, por descaradas y por placer.
Y agradezco haberte conocido porque cuando el día no para, y yo tampoco... mi mente desconecta y recurre a ti, y a lo que eras para mí en su momento. Y cuando vuelvo al mundo del que me he ido, sé que hay otro halo en mis ojos. Sé que tú no estarás pensando en mí, pero que eso no me impide pensar en lo que yo creía que tú eras para mí... no me impide pensar en aquello que creí que era y nunca fue. Y seguramente seas tú el que me ha ayudado a poner el punto y final a este periodo de mi vida... que ya era hora... y que me ha costado varios soles de enero.
Pero reconozco que lo que te dije en su momento es cierto. Soy feliz porque te he conocido. Y reconozco que me equivoqué en mi primera intuición. No me da rabia saber que existes.
Sé que existes, porque cuando me despisto tu sonrisa brota en mi memoria, sin que nadie la haya reclamado. Y ya que apareces, te invito a quedarte. Y recuerdo entonces mi mirada al ver el brillo de la tuya.
Sé que existes por la paz que trajiste al interior de mi fortaleza de gelatina... o porque al pensar en ti siento como mis entrañas transforman su textura y se vuelven algodón de azúcar. Sé que existes porque al enseñarme, dejaste en mí tus rincones, en los que yo creí que no había nada y ahora brotan lunas llenas en mis ratos muertos.
Vacié la arena de mis bolsillos y llené mi playa de soledad con la frescura de tus olas. Porque yo ya no espero. Porque tú me has hecho dudar de todo y de nada. Porque ahora sé que no es importante si eres tú. Porque lo importante está más allá de la superficie de mi piel. Aunque no niego que cuando regresas a mi memoria he pensado más de una vez que algún día, le voy a cobrar a tus labios, tus miradas, por descaradas y por placer.
Y agradezco haberte conocido porque cuando el día no para, y yo tampoco... mi mente desconecta y recurre a ti, y a lo que eras para mí en su momento. Y cuando vuelvo al mundo del que me he ido, sé que hay otro halo en mis ojos. Sé que tú no estarás pensando en mí, pero que eso no me impide pensar en lo que yo creía que tú eras para mí... no me impide pensar en aquello que creí que era y nunca fue. Y seguramente seas tú el que me ha ayudado a poner el punto y final a este periodo de mi vida... que ya era hora... y que me ha costado varios soles de enero.
Pero reconozco que lo que te dije en su momento es cierto. Soy feliz porque te he conocido. Y reconozco que me equivoqué en mi primera intuición. No me da rabia saber que existes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario