Nunca he sabido decirle que no a la gente. Una palabra tan sencilla como cualquier otra, aparentemente. Una palabra de reafirmación como pudiera ser SÍ, pero de peor aceptación. Siempre escudándome en el apoyo de los más cercanos, en el beneplácito de esos a los que miras a diario. Siempre preocupada de la tranquilidad de los que me rodean.
Y con el tiempo, la gente te va amoldando, a su manera. He aprendido a sonreír sin ganas, sin que se note demasiado. He aprendido a sacrificarme por la familia, haciendo caso a los que dicen que es lo más importante que hay y lo único que nos queda siempre. He aprendido a no ser impulsiva, haciendo caso a las quejas de mis más allegados. He aprendido a agachar la cabeza y seguir hacia alante, esperando que en la siguiente meta me toque a mí la sonrisilla de reconocimiento.
Buscando un amanecer en el que te dejen paso para brillar, llenas tus ojos en lágrimas una vez más, bajo la resignación de caminar bajo lo pautado. Tú, que desde fuera eres la más obediente y desde tu seno familiar, la independiente que hace lo que siempre quiere... y te has resistido tantas veces a conseguir lo que necesitabas que ni recuerdas bien qué era eso que tanto anhelabas.
Notas un vacío, cada vez más grande en tu interior. Sin nadie a quien hablar, ni nadie con quien sonreír. Ya no llamas... por no molestar, porque sabes que tus días malos son realmente grises y prefieres no desaturar la vida de otros. Empezaste a perderte hace dos años y no has sabido volver a encontrarte, tú que creías que el tiempo todo lo hacía olvidar. Pero hay algunas noches, esas que siguen a los días más largos, que todo se te viene encima, palabra a palabra se van volviendo nítidos los recuerdos y notas como te hundes en tu propia desdicha, porque tú misma te avergüenzas de las cosas que has hecho, y tú misma sabes que no puedes estar toda la vida pidiendo perdón. Quizá por eso navegas de compañía en compañía, para que ninguna te pueda recordar lo que ha sido tu pasado. Prefieres que la gente no te conozca demasiado, no vaya a ser, bastante tienes tú con tu conciencia. Y así pasan los días, y con cada amanecer sabes que te te sentirás un poco más sola al final del día, otra vez.
No esperas ya príncipes azules. No crees en ellos. Los has visto, los has olido y, al tocarlos, te has dado cuenta de que sólo eran siluetas de cartón recortadas. Ilusa de ti, con lo que gustas en creer en sueños de película con fondo de banda sonora y luces de atardecer rojizo. Envidias a la que eras antes de conocer. Hace años descubriste que la ignorancia es el mejor de los telones y la echas de menos. Ya no quieres saber más. Ya no puedes saber más.
Elexíu o broche do gatiño negro. Pero os gatos negros dan mala sorte, dixo a súa nai. Pero os gatos que teñen o rabo levantado, non, rebatíu ela, e sonríu agochadamente, sabendo que aquel era o inicio dun carreiro no que comezaría a facer o que ela quixera.
Y con el tiempo, la gente te va amoldando, a su manera. He aprendido a sonreír sin ganas, sin que se note demasiado. He aprendido a sacrificarme por la familia, haciendo caso a los que dicen que es lo más importante que hay y lo único que nos queda siempre. He aprendido a no ser impulsiva, haciendo caso a las quejas de mis más allegados. He aprendido a agachar la cabeza y seguir hacia alante, esperando que en la siguiente meta me toque a mí la sonrisilla de reconocimiento.
Buscando un amanecer en el que te dejen paso para brillar, llenas tus ojos en lágrimas una vez más, bajo la resignación de caminar bajo lo pautado. Tú, que desde fuera eres la más obediente y desde tu seno familiar, la independiente que hace lo que siempre quiere... y te has resistido tantas veces a conseguir lo que necesitabas que ni recuerdas bien qué era eso que tanto anhelabas.
Notas un vacío, cada vez más grande en tu interior. Sin nadie a quien hablar, ni nadie con quien sonreír. Ya no llamas... por no molestar, porque sabes que tus días malos son realmente grises y prefieres no desaturar la vida de otros. Empezaste a perderte hace dos años y no has sabido volver a encontrarte, tú que creías que el tiempo todo lo hacía olvidar. Pero hay algunas noches, esas que siguen a los días más largos, que todo se te viene encima, palabra a palabra se van volviendo nítidos los recuerdos y notas como te hundes en tu propia desdicha, porque tú misma te avergüenzas de las cosas que has hecho, y tú misma sabes que no puedes estar toda la vida pidiendo perdón. Quizá por eso navegas de compañía en compañía, para que ninguna te pueda recordar lo que ha sido tu pasado. Prefieres que la gente no te conozca demasiado, no vaya a ser, bastante tienes tú con tu conciencia. Y así pasan los días, y con cada amanecer sabes que te te sentirás un poco más sola al final del día, otra vez.
No esperas ya príncipes azules. No crees en ellos. Los has visto, los has olido y, al tocarlos, te has dado cuenta de que sólo eran siluetas de cartón recortadas. Ilusa de ti, con lo que gustas en creer en sueños de película con fondo de banda sonora y luces de atardecer rojizo. Envidias a la que eras antes de conocer. Hace años descubriste que la ignorancia es el mejor de los telones y la echas de menos. Ya no quieres saber más. Ya no puedes saber más.
Elexíu o broche do gatiño negro. Pero os gatos negros dan mala sorte, dixo a súa nai. Pero os gatos que teñen o rabo levantado, non, rebatíu ela, e sonríu agochadamente, sabendo que aquel era o inicio dun carreiro no que comezaría a facer o que ela quixera.
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