Se abre un abismo en mi interior e irrefrenablemente brotan en mí las ganas de llamarte… y no me atrevo. No sé qué estarás haciendo, ni si querrás hablar conmigo… no sé si te apetecerá volver a escuchar mi voz.
Rodeada de gente mayor, de perros, de recuerdos… sin buena cobertura, sin Internet y sola, noto como el tiempo va clavándose segundo a segundo en mi piel. Enciendo el portátil y pongo la película más tonta que pueda encontrar, una que no me haga irme a la cama pensando que el amor es maravilloso y que ya me llegará mi hora, ni que me haga pensar que vivimos en un mundo donde la gente tiene tantas penurias que las mías no merecen la pena ni ser meditadas.
Y entonces me lo prometo. No volveré a llamarte. De hecho creo que nunca lo he hecho… pero por si acaso… nunca lo volveré a hacer. No tengo una razón aparente. Sólo tengo una inquietud… que ansío demasiado hacerlo.
Con el paso del tiempo, sólo he llegado a una conclusión más o menos racional y realmente tonta. Cuando creas que algo te importa demasiado, es mejor dejarlo ir. No por nada, no por actitud derrotista, ni por nada de eso… es mejor simplemente no involucrarse. Si no te importa, no te podrá hacer daño.
Y así, es como hago las cosas en mi nueva vida… y eso no quiere decir que me agrade, sólo que es lo que hay. Antes sólo decía que lo iba a hacer… pero eso nunca sucedía, y así me iba... mejor llorar por lo que no pasa. Menos mal que he escogido una película con más desengaños que mi vida... pena que tenga un final feliz.
Y una vez más miro el teléfono que se está cargando encima del mueble de la cocina… esperando que el que llames seas tú. Pongo una canción que sé que algún día escuchaste, en soledad, pensando en mí y miro por la ventana, como si algo fuese a iluminar de repente la noche y a hacerme sentir mejor. Veo mi reflejo en el cristal. No conoces el pijamita que llevo… ni siquiera sabes que me he cortado el pelo y me lo he teñido color caoba. Ni siquiera sabes que hay alguien que prefiere pensar en ti antes que cerrar los ojos. Ni siquiera sabes que me muero por decirte frases tan tópicas como “Cada noche cuando mires la luna, piensa que yo la estaré mirando pensando en ti” o “No importa cuándo, ni dónde, ni cómo; yo siempre estaré a tu lado”. Ni siquiera mientras lees esto estás seguro de que seas tú… o quizás he sido yo misma la que en este instante te he hecho dudar… y, así entre nosotros… tampoco era una película tan mala… cuatro tazas de té, dos películas y quince páginas de “Denso recendo a salgado” más tarde, estaba en la cama… sola.
“Quiero que sepas que he donado todos mis órganos a la ciencia menos uno, que es para ti… no, ese no mujer… mi corazón, tonta”.
Rodeada de gente mayor, de perros, de recuerdos… sin buena cobertura, sin Internet y sola, noto como el tiempo va clavándose segundo a segundo en mi piel. Enciendo el portátil y pongo la película más tonta que pueda encontrar, una que no me haga irme a la cama pensando que el amor es maravilloso y que ya me llegará mi hora, ni que me haga pensar que vivimos en un mundo donde la gente tiene tantas penurias que las mías no merecen la pena ni ser meditadas.
Y entonces me lo prometo. No volveré a llamarte. De hecho creo que nunca lo he hecho… pero por si acaso… nunca lo volveré a hacer. No tengo una razón aparente. Sólo tengo una inquietud… que ansío demasiado hacerlo.
Con el paso del tiempo, sólo he llegado a una conclusión más o menos racional y realmente tonta. Cuando creas que algo te importa demasiado, es mejor dejarlo ir. No por nada, no por actitud derrotista, ni por nada de eso… es mejor simplemente no involucrarse. Si no te importa, no te podrá hacer daño.
Y así, es como hago las cosas en mi nueva vida… y eso no quiere decir que me agrade, sólo que es lo que hay. Antes sólo decía que lo iba a hacer… pero eso nunca sucedía, y así me iba... mejor llorar por lo que no pasa. Menos mal que he escogido una película con más desengaños que mi vida... pena que tenga un final feliz.
Y una vez más miro el teléfono que se está cargando encima del mueble de la cocina… esperando que el que llames seas tú. Pongo una canción que sé que algún día escuchaste, en soledad, pensando en mí y miro por la ventana, como si algo fuese a iluminar de repente la noche y a hacerme sentir mejor. Veo mi reflejo en el cristal. No conoces el pijamita que llevo… ni siquiera sabes que me he cortado el pelo y me lo he teñido color caoba. Ni siquiera sabes que hay alguien que prefiere pensar en ti antes que cerrar los ojos. Ni siquiera sabes que me muero por decirte frases tan tópicas como “Cada noche cuando mires la luna, piensa que yo la estaré mirando pensando en ti” o “No importa cuándo, ni dónde, ni cómo; yo siempre estaré a tu lado”. Ni siquiera mientras lees esto estás seguro de que seas tú… o quizás he sido yo misma la que en este instante te he hecho dudar… y, así entre nosotros… tampoco era una película tan mala… cuatro tazas de té, dos películas y quince páginas de “Denso recendo a salgado” más tarde, estaba en la cama… sola.
“Quiero que sepas que he donado todos mis órganos a la ciencia menos uno, que es para ti… no, ese no mujer… mi corazón, tonta”.
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