Hay situaciones que nos superan... De repente, todo en lo que has creído los últimos años se diluye... y el mundo, la naturaleza y las relaciones humanas se ven desde otra mirada, que se te antoja reveladora. Entiendes que hay tesoros que ni siquiera sabías que existían y que has tenido la suerte de poder acariciar. Entiendes que sólo por el simple hecho de ser conocedora de su existencia ya deberías sentirte como no te has sentido en años... y que pedir más, sólo sería muestra de tu egoísmo...
Y... ¿Quién no le pide más a la vida? ¿Quién no se queda absorto mirando al sol mientras se pone, con la tranquilidad latiendo en su interior? ¿Quién no recuerda una sensación mientras la tiene presente, con la esperanza de poder vivir siempre con ella? ¿Quién no deja sentir a su piel, sabiendo que negarse no sería cabal?
Con el tiempo, tendemos a acumular experiencias traducidas en miedos. Yo sólo tengo miedo a no recordar aquellas situaciones que me han abierto los ojos; que me han demostrado que no hay bueno y malo, sino que hay; que me han demostrado que la ética se rompe cuando no hay otra posibilidad, y no cuando a uno se le antoja; que me han demostrado que no existe culpabilidad si todo es franco; que me han demostrado que la intensidad interior es mucho mayor de la que estamos acostumbrados a percibir.
Distingo los sentimientos puros de los artificiales, porque los primeros no son racionales, ni racionalizables, ni manipulables... son en sí mismos, en esencia y, aunque quieres más de ellos, sólo puedes dar gracias de ser tan afortunado como de haberlos podido rozar.
Y... ¿Quién no le pide más a la vida? ¿Quién no se queda absorto mirando al sol mientras se pone, con la tranquilidad latiendo en su interior? ¿Quién no recuerda una sensación mientras la tiene presente, con la esperanza de poder vivir siempre con ella? ¿Quién no deja sentir a su piel, sabiendo que negarse no sería cabal?
Con el tiempo, tendemos a acumular experiencias traducidas en miedos. Yo sólo tengo miedo a no recordar aquellas situaciones que me han abierto los ojos; que me han demostrado que no hay bueno y malo, sino que hay; que me han demostrado que la ética se rompe cuando no hay otra posibilidad, y no cuando a uno se le antoja; que me han demostrado que no existe culpabilidad si todo es franco; que me han demostrado que la intensidad interior es mucho mayor de la que estamos acostumbrados a percibir.
Distingo los sentimientos puros de los artificiales, porque los primeros no son racionales, ni racionalizables, ni manipulables... son en sí mismos, en esencia y, aunque quieres más de ellos, sólo puedes dar gracias de ser tan afortunado como de haberlos podido rozar.
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