Hay situaciones a las que por más que les des vueltas... siempre sale cruz. Da igual todo lo que hagas para llenar su cajita de recuerdos correspondiente, porque al final tendrás que cerrarla de todas formas. Mejor echarlo a piedra, papel o tijera.
Tuve una época en la que no me importaba echar a volar porque sí, porque... ¿por qué no? Simplemente despegar para descubrir nuevos momentos planeando sobre el tiempo. Sorprendiéndome detrás de cada nube, con cultivos nuevos que investigar y a los que entregarse. Cultivos que a veces, por no medir bien los recursos, acabé asolando. Cultivos que, con el tiempo, me revelaron que nunca se habían recuperado. Pero, como tú fuiste la primera que los abandonó después del desastre, ni siquiera lo sabías.
Y al pararte un instante y mirarte las manos que cultivan tu presente, caes en que ni siquiera te gustas a ti misma. Te gusta lo que cultivas, y para quién lo haces. Te gustan todos los animalillos que corretean entre tus amapolas. Pero miras tus manos, y no te agradan... incluso, algunas veces, ni siquiera te gusta cómo tocan, cómo sienten, o cómo les haces sentir a otros. Siempre has sido un desastre, un desastre con encanto... que no es lo mismo que ser un desastre encantador.
Así que un día, te enfrentas al más penoso infinito y a la más dura verdad. De tanto querer estar sola, un día lo estarás porque ya no quedará nadie que quiera estar a tu lado. Nadie que haya entendido ni aguantado tu forma de actuar. Nadie a quien le agrade esa pasividad con la que te enfrentas a las personas. Nadie que quiera coger trenes en soledad mientras tú prefieres mirarlo en la lejanía, caminando con tu macuto de penas. Y eso no es protegerlos, es echarlos.
Supongo que no sé coger trenes porque mi realidad no entiende de palabras, ni llamadas, ni acercamientos, ni sobornos, ni lástimas... sólo entiende de acciones y movimientos... aunque esa no sea una realidad a compartir... pero eso ya da igual.
Tuve una época en la que no me importaba echar a volar porque sí, porque... ¿por qué no? Simplemente despegar para descubrir nuevos momentos planeando sobre el tiempo. Sorprendiéndome detrás de cada nube, con cultivos nuevos que investigar y a los que entregarse. Cultivos que a veces, por no medir bien los recursos, acabé asolando. Cultivos que, con el tiempo, me revelaron que nunca se habían recuperado. Pero, como tú fuiste la primera que los abandonó después del desastre, ni siquiera lo sabías.
Y al pararte un instante y mirarte las manos que cultivan tu presente, caes en que ni siquiera te gustas a ti misma. Te gusta lo que cultivas, y para quién lo haces. Te gustan todos los animalillos que corretean entre tus amapolas. Pero miras tus manos, y no te agradan... incluso, algunas veces, ni siquiera te gusta cómo tocan, cómo sienten, o cómo les haces sentir a otros. Siempre has sido un desastre, un desastre con encanto... que no es lo mismo que ser un desastre encantador.
Así que un día, te enfrentas al más penoso infinito y a la más dura verdad. De tanto querer estar sola, un día lo estarás porque ya no quedará nadie que quiera estar a tu lado. Nadie que haya entendido ni aguantado tu forma de actuar. Nadie a quien le agrade esa pasividad con la que te enfrentas a las personas. Nadie que quiera coger trenes en soledad mientras tú prefieres mirarlo en la lejanía, caminando con tu macuto de penas. Y eso no es protegerlos, es echarlos.
Supongo que no sé coger trenes porque mi realidad no entiende de palabras, ni llamadas, ni acercamientos, ni sobornos, ni lástimas... sólo entiende de acciones y movimientos... aunque esa no sea una realidad a compartir... pero eso ya da igual.
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