Acostumbrada a ser la que ama esperando una única sonrisa por la otra parte, se me hace extraño tener ante mí a una persona diciéndome que me quiere. Una sensación de impotencia me recorre el cuerpo, y por una vez, mis labios se cierran, entendiendo que no hay palabras que alivien el sufrimiento que uno a sí mismo puede llegar a hacerse. Sólo puedo mirarlo, mirar al infinito, mirarme... y aferrarme a que no hablar es la única solución que yo le puedo dar a esa situación.
No tengo curas para tu dolor, no tengo consejos malos ni buenos, no tengo analgésicos que recetarte, ni caricias que puedan reconfortarte. No tengo nada para darte, y es probable que eso te duela más a ti que a mí.
Miro atrás y veo como me había acostumbrado a anhelar, a desear, a pensar en sueños que de aquellas se me antojaban inalcanzables. Miro frente a mí y te veo a ti... recordándome lo nublado que se percibe el presente cuando lo ves a través de ojos llorosos, recordándome lo frío que se tercia el día cuando no sientes un cuerpo cercano, recordándome lo inmenso que parece tu entorno cuando te ves solo en un viaje que has emprendido.
Yo no soy quien para dar consejos... ni a ti, ni a mí. No lo siento como tú lo sientes, pero te pido perdón.
No tengo curas para tu dolor, no tengo consejos malos ni buenos, no tengo analgésicos que recetarte, ni caricias que puedan reconfortarte. No tengo nada para darte, y es probable que eso te duela más a ti que a mí.
Miro atrás y veo como me había acostumbrado a anhelar, a desear, a pensar en sueños que de aquellas se me antojaban inalcanzables. Miro frente a mí y te veo a ti... recordándome lo nublado que se percibe el presente cuando lo ves a través de ojos llorosos, recordándome lo frío que se tercia el día cuando no sientes un cuerpo cercano, recordándome lo inmenso que parece tu entorno cuando te ves solo en un viaje que has emprendido.
Yo no soy quien para dar consejos... ni a ti, ni a mí. No lo siento como tú lo sientes, pero te pido perdón.
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