Y entonces, llaman a tu puerta. Saben que estás en otro mundo porque tu mirada no seguía las motas de polvo de este planeta, sino de las de una galaxia que ahora no les es tan lejana. No te preguntan por el nombre de tu lugar de escondite... no les interesa. No te preguntan cómo llegaste a él... no lo quieren saber. No te preguntan cuánto tiempo te encerrarse en aquel universo... no quieren desanimarse más.
Lo único que quieren es saber cómo encontraste la salida. Y tú, dejas de mirar por la ventana de los recuerdos y los miras a los ojos... y ves cómo se llama su nuevo planeta, ves cómo llegaron y sientes cómo el tiempo que se pasarán en él se les hará eterno... ves lo que no pediste admirar y sufres por lo que no querías conocer.
Tu voz enmudece cuando tu boca se abre, tu mirada se nubla al enfocar la imagen del presente y tus piernas se tambalean al querer levantarse sobre la tierra. Porque aunque en mis ojos encuentres los de una persona afable, aunque en mis manos descubras el apoyo que te refuerza, aunque en mis palabras percibas los susurros de soplos de aire fresco... yo, amigo mío, perdí la respuesta a tus preguntas en aquel lugar en el que me escondí durante un tiempo, y aunque quisiera volver para recogerlas de dónde las dejé olvidadas... en el fondo sólo espero que una ola de alegría convirtiese mis posibles consejos en palabras mojadas hace ya mucho tiempo.
Porque la tranquilidad es el sentimiento que queda cuando el mar acaricia la orilla y el que precede a la frescura del choque contra las rocas.